En estos días, y como consecuencia de una actividad propuesta en la Maestría de Docencia Superior, nuestro profesor de la materia Fundamento Tecnológico Educativo II nos pidió que leyésemos y analizásemos un fragmento del controvertido libro “Homo Videns: Televisione e Post-Pensiero” (“Homo Videns. La Sociedad Teledirigida”, en su traducción al español), del prestigioso investigador de la Ciencia Política, Giovanni Sartori.
En estos fragmentos, Sartori teje con alto nivel de detalle una argumentación en la que alerta sobre los peligros que puede ejercer (y, de hecho, ejerce) la tecnología en la sociedad y, particularmente, en la infancia y en la juventud.
Es importante destacar que el libro fue publicado en el año 1.998, es decir, a la fecha actual hace 13 años. Esto puede explicar que muchos de los elementos que nombra del ámbito de la computación suenan obsoletos en la actualidad. También explica que el libro esté prácticamente orientado a ejercer la crítica sobre el uso de la televisión, y solo pase de forma somera por las tecnologías de la información y la comunicación, término, por cierto, que en aquellos años aún no era prácticamente utilizado.
Para desarrollar su argumentación, Sartori, como buen investigador, aplica de modo preciso el método científico en su modalidad hipotética-deductiva, aunque no llega a presentar unas conclusiones definitivas sino más bien, una serie de advertencias y puntos a observar con el fin de no caer en los problemas y peligros descritos.
Así, inicia el libro con el planteamiento de una controvertida hipótesis: la televisión (y nombra casi de pasada también a la informática) ponen en serio peligro las capacidades cognitivas y cognoscitivas del ser humano, siempre y cuando se ofrezca a los niños y jóvenes (e incluso adultos) sin ningún control.
Continuando con el método científico, Sartori presenta una serie de definiciones y hechos históricos, relacionados con la tecnología, que intentan justificar (no demostrar) el porqué de su hipótesis. De este modo, en su capítulo “Homo Sapiens” realiza un análisis acerca de las características propias y diferenciadoras del ser humano respecto al resto de las especies, haciendo especial énfasis en su capacidad simbólica, la que a su vez conduce irremediablemente a su capacidad lingüística. Es precisamente la conjunción de estas dos capacidades, simbólica y lingüística, la que diferencia al hombre de los demás animales. A partir de esta idea, Sartori hace un breve pero preciso recorrido histórico en el que presenta los descubrimientos más relevantes desde el punto de vista de la comunicación humana, mostrando a su vez el orden lógico de su aparición: la escritura, la imprenta, el periódico, el telégrafo, el teléfono, la radio y, finalmente, la televisión. Sartori deja claro que no todo lo que viene de estos medios es bueno. Pero aquí se realiza el primer juicio crítico. Mientras que los primeros descubrimientos vienen, sin duda alguna, a facilitar y reforzar la comunicación humana, el último de ellos, la televisión, añade un componente completamente nuevo en la comunicación: la imagen, ver cosas que realmente no están ahí. Y esto es lo que lleva, por primera vez en la historia de la humanidad, al decremento del uso del lenguaje escrito y hablado (basado, en cualquier caso, en las palabras) en favor del lenguaje visual, mucho más atractivo para el ser humano, pero mucho más pobre desde el punto de vista cognitivo.
En su siguiente capítulo, “El Progreso tecnológico”, Sartori abunda en el tema presentado anteriormente. El planteamiento que formula, de gran trascendencia para fundamentar su hipótesis, es que, frente a otros avances tecnológicos que provocaron un alto nivel de rechazo, como por ejemplo la máquina industrial, los avances tecnológicos relacionados con la comunicación siempre han tenido un nivel de aceptación bastante alto. De existir rechazo, no ha sido tanto al elemento (libro, periódico,…) sino a su contenido. No obstante, como en el primer capítulo, Sartori advierte que todos estos medios han podido influir, ligeramente, de forma negativa en la sociedad, con excepción de la televisión, donde la influencia crece exponencialmente, y posteriormente la computadora, con una influencia potencialmente mayor. De este modo finaliza los dos capítulos de premisas, en los que manifiesta de forma clara el objeto de la discusión: la influencia de la televisión y las computadoras en la sociedad.
A continuación, en el capítulo “El video-niño”, Sartori profundiza en sus críticas al mal uso de la televisión, en lo que podríamos considerar una exposición de consecuencias y hechos observables que servirían para fundamentar su hipótesis. Hace mención, como ya en capítulos anteriores, a la sustitución de la palabra por la imagen, reduciendo así considerablemente la capacidad de compresión lingüística y de expresión de niños y jóvenes que, desde que tienen uso de razón, se han acostumbrado a pasar largas horas frente al televisor. Incluso llega a plantear el autor que la televisión está transformando al homo sapiens convirtiéndolo en otro tipo de ser humano. Aprovecha además para nombrar una clásica crítica a la televisión: habitúa a la violencia. Sin embargo, Sartori va más lejos, argumentando que no sólo se habitúa a la violencia, sino a todo lo que ve en la televisión, debido fundamentalmente a la alta capacidad que los niños tienen para absorber todo lo que ven, máxime cuando antes siquiera de aprender a hablar, leer o escribir, ya llevan años viendo televisión. Por tanto, ante niños con una disminuida sensibilidad a los estímulos de la lectura y de la comprensión lingüística, frente a un modelo basado en imágenes, lo que queda es, a medio plazo, una sociedad adulta empobrecida, con una verdadera atrofia cultural.
Sartori dedica su siguiente capítulo, “Progresos y regresiones” a realizar un juicio crítico sobre el significado de la palabra “progreso”. Intenta, de este modo, refutar el argumento de que todo progreso siempre es positivo y, en consecuencia, supone avance. Para ello, distingue entre un “aumento cuantitativo”, en el que simplemente se ofrecen más posibilidades, y un “avance cualitativo”, en el que se mejora la calidad del ser humano. Aprovecha Sartori este capítulo, además, para dejar claro al lector que su argumentación no pretende atacar a la televisión de forma generalizada, y para ello muestra algunas de las virtudes de este medio: la televisión divierte, la televisión estimula, la televisión enseña y la televisión muestra lo que antes nos hubiera sido imposible ver. Con ello da pie a su argumento de siguientes capítulos: es el uso de la televisión y la tecnología (o mejor dicho, su mal uso) lo que empobrece al ser humano.
En su siguiente capítulo, “El empobrecimiento de la capacidad de entender”, Sartori profundiza, en este caso, sobre la importancia del lenguaje simbólico para el ser humano y su capacidad de abstracción. Aprovecha, por tanto, este capítulo para mostrar al lector la importancia que tiene el uso del lenguaje, del buen lenguaje, del lenguaje completo, en el que abundan los términos abstractos, para forjar la grandeza de la inteligencia humana, su capacidad de razonamiento y, en definitiva, para diferenciarlo de otros animales. En consecuencia, Sartori afirma sin miedo que el empobrecimiento del lenguaje deriva, irremediablemente, en el empobrecimiento de la cultura y el desarrollo cognitivo humano (empobrecimiento cognoscitivo y cognitivo, respectivamente).
En el capítulo “Contra-deducciones”, Sartori se anticipa a sus posibles críticos presentado algunas de las más habituales argumentaciones en contra de su teoría, justificando además su invalidez: la teoría de que todo avance tecnológico siempre ha tenido sus detractores; la teoría de que no queda otro remedio que aceptar lo inevitable; y la teoría de que la palabra y la imagen no se contraponen.
Finalmente, en el capítulo “Internet y Cibernavegación”, Sartori extiende su argumentación sobre los peligros de la televisión al mundo digital de internet y todas las aplicaciones informáticas relacionadas. Presenta algunas diferencias respecto a ésta (como por ejemplo el modelo dirigido frente al generalista, o la interacción con la máquina frente a la acción pasiva ante el televisor), pero abunda en los mismos problemas presentados en el caso de la televisión. Hace además algunas severas afirmaciones, entre las que se encuentra la advertencia del peligro de la vida virtual, a la que llega a considerar como una droga de la juventud, o la errática afirmación de que Internet y la navegación nunca llegarían a superar el consumo de televisión (recordemos que este libro aparece cuando el nivel de desarrollo y conocimiento de Internet era ínfimo).
A título personal, considero que Homo Videns debe hacernos pensar sobre el uso que estamos haciendo de la tecnología, sobre todo aquellos que, como es mi caso, compartimos nuestra vida profesional entre la tecnología y la educación.
No obstante, considero que debe interpretarse este valioso documento en el contexto de los finales de los 90, una época (recordemos) en la que prácticamente cada año aparecían llamativas novedades en el mundo tecnológico que eclipsaban y hacían olvidar otras que, apenas unos meses antes, habían estado en la cúspide. No debe resultar extraño, en consecuencia, que Sartori vaticine un probable fracaso de la web, la navegación y sus aplicaciones relacionadas que, 13 años después, sabemos que no se ha producido.
Tampoco debe sorprendernos que Sartori no fuera capaz de prever la fuerte influencia que generaría en la juventud (y no tan juventud...) la aparición de las redes sociales. Es el Péndulo de Foucault: hemos vivido en sociedad, posteriormente nos hemos aislado mediante las computadoras, y de nuevo, en la actualidad, son las computadoras las que nos vuelven a reunir en sociedad. Quizás cambian los métodos, pero no el fondo. Al final, no podemos negar que el ser humano, por naturaleza, es un ser social.
Lanzo, por tanto, y para terminar, una pregunta al aire: ¿serán las redes sociales, esas que a veces tanto criticamos, las que salvarán al ser humano de ser el homo videns de Sartori, en favor del homo sapiens o del homo loquax?

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